Según los antiguos videntes védicos existen tres fuerzas básicas.
La primera es un principio de energía que otorga movimiento, velocidad, dirección, animación y motivación.
La vida no es más que un juego de fuerzas en interacción y cambio constantes. Tal como confirma la ciencia moderna, la materia es energía y lo que aparentemente es sólido es la apariencia estática de innumerables, sutiles corrientes en movimiento.
Esta energía de la vida se llama prana, el hálito primordial o fuerza-vital. Toda energía sigue un movimiento de inhalación y exhalación, al igual que la respiración, expandiéndose y contrayéndose en un perpetuo flujo y reflujo. Toda energía material es desarrollo de la fuerza de la propia vida. La energía es vida, e incluso la energía inanimada contiene una fuerza-vital secreta. Los videntes de antaño percibieron la energía del universo como una manifestación del prana, siempre en busca de mayor consciencia, libertad y desarrollo.
Toda energía encierra el funcionamiento de una voluntad consciente. La energía es voluntad en acción en el mundo exterior. Tras la voluntad esta la sensibilidad o la consciencia como poder de determinación. La vida misma es Ser, el principio de la conciencia. Hay un funcionamiento interno de la inteligencia detrás del movimiento de la energía en el mundo. Esta inteligencia natural u orgánica es consciente y certera en su plan y método; no por elección o intencionadamente, sino de forma intuitiva y espontánea, como un movimiento de pura belleza y armonía. Su gloria se manifiesta en toda la naturaleza, desde las flores hasta las estrellas.
La segunda de la tríada de las fuerzas primordiales es el principio de luz o resplandor.
La energía es luz, jyoti. La energía, conforme se mueve, sufre una transformación y desprende luz y calor. La energía es una fuerza eléctrica que, al igual que el relámpago, tiene su propia luminosidad. Hay un calor innato en toda forma de vida y una luz natural en toda energía. Detrás de toda vida, hay un principio de percepción, una transparencia que se manifiesta como inteligencia y consciencia. En todas las reacciones químicas se oculta la energía de la luz como habilidad de la consciencia de transformarse a sí misma. En la primera chispa está latente la luz de la suprema consciencia. Este principio de la luz va de la mano de la vida y guía su función.
La tercera fuerza es un principio de cohesión que permite la consistencia y el desarrollo de la forma.
En toda manifestación hay una unidad común. Hay una interconexión de fuerzas a un solo ritmo. Hay una afinidad de fuerzas que las une entre sí en una gran armonía. Esta cohesión no solo es una propiedad química, también revela una intención consciente. Manifiesta el poder del amor, prema. El amor es la verdad fuerza que mantiene unidas todas las cosas. El amor revela la manifestación y asegura su continuidad, nutriendo la vida y la consciencia de todas las criaturas.
Estos tres principios son uno –la vida es luz, que también es amor-. El principio energético (vida) posee un brillo (luz), que a su vez tiene un poder de unión (amor). Siempre hay que buscar una vida mejor, luz y amor porque esa es la naturaleza del universo.
En los Vedas, el gran dios Indra, el que mata al dragón y empuña el varja (rayo), simboliza el poder de la vida que es capaz de superar todos los obstáculos. El espíritu de la luz es Agni, el dios del fuego, la divinidad de la vista y del sacrificio que sustenta todas las transformaciones. El espíritu del amor es soma, el néctar de la inmortalidad que nutre y deleita a todos. En los crípticos mantras védicos se oculta el código primordial de la ley cósmica.
Estas tres fuerzas, vida, luz y amor, se relacionan con los tres grandes elementos: aire, fuego y agua.
David Frawley.